Crecí siendo un niño tímido, no me gustaba que me vieran desnudo. En cierta ocasión un niño intentó entrar en mi cuarto mientras me estaba vistiendo y le magullé el dedo gordo al cerrar la puerta. En otra ocasión un niño intentó entrar en el cuarto de baño donde yo estaba orinando, y por esconder mis «vergüenzas» mojé mi pantalón.
En el kinder ni siquiera conocí los baños públicos, me orinaba en los pantalones y me secaba al sol en el recreo. Tuve suerte en no orinarme en el día de la graduación.
Cuando ya iba a la escuela mis esfínteres ya estaban entrenados y podían resistir el tiempo necesario, además tomaba poca agua.
En cierta ocasión, cuando estaba en la escuela primaria, en último año, la urgencia por orinar era tan fuerte que decidí pedir permiso permiso a la profesora para ir al baño, pero con tan mala suerte que un compañero también decidió ir al baño conmigo, lo cual me bloqueó el intento. Era este el compañero que se había fijado en que yo no acostumbraba ir al baño. Él creía que yo tenía temor de que otros vieran que yo tenía «pelos ahí abajo» al estar entrando a la pubertad.
En otra ocasión, en casa ajena, después de mucho aguantar, decidí pedir permiso para ir al baño, y me costó iniciar.
En el primer colegio en el que estuve ni siquiera llegué a conoce los baños públicos. En el segundo si iba ocasionalmente, y lo hacía en un cúbiculo del inodoro. Los urinarios de ese colegio eran de pared, por lo que no ofrecían privacidad alguna, pero logré usarlos cuando a veces salía tarde en la noche, cuando no había nadie a la vista.
En ese entonces la paruresis no era algo que me preocupara demasiado. Lo difícil fue cuando me tocó ir a la universidad en la capital, porque tenía que recorrer grandes distancias, con mucho tráfico, y a veces necesitaba quedarme mucho tiempo en un solo lugar. Fue ahí cuando me dí cuenta de la gravedad de mi problema.
Para empezar, cierto día en que después de un viaje de dos horas en bus intenté orinar en el urinario de la terminal, que era de pared, al lado de otros hombres también orinando, y no lo logré. Esto me extrañó, ya que sentía mucha urgencia para hacerlo. Al final me quedé solo en el baño, con la señora aseadora importunándome para que terminara, diciendo algo como «¿Qué le pasa a ese hombre que se tarda en orinar?». Pero la espera fue en vano, no pude hacerlo, y tuve que esperar hasta llegar al hotel.
Lo más difícil era cuando iba al baño y un compañero decidía acompañarme, porque temía que se diera cuenta de mi problema. Tenía que tener especial cuidado cuando se trataba de hacer un examen o test académico, de esos que pueden durar hasta más de dos horas. Es claro que es más difícil concentrarse cuando se está reteniendo la orina en la vejiga por varias horas, pero a veces me tocó hacerlo.
Este padecimiento lo vuelve a uno más solitario. Me resultaba difícil orinar cuando sentía la presión de alguien esperándome, así es que andar con una chica también resultaba problemático. De hecho, esto incidía en mis ya menguadas habilidades sociales para conocer mujeres. Recuerdo que una vez después de una reunión religiosa, una linda chica sugirió que comiéramos juntos, y yo le dije que no, porque ya la vejiga me apretaba y me importunaba la urgencia de conseguir un «baño seguro».
Más grave fue la ocasión en que otra chica me propuso tener sexo con ella, siendo yo virgen, y una de las razones por las que me negué fue porque ya tenía una vejiga a reventar después de haber salido del cine.
La ventaja de la universidad es que cuenta con varios baños públicos, por lo que si fallaba en orinar en alguno podía intentarlo en otro, por lo que al mediodía, al terminar las clases de la jornada, este era un escenario común: iba yo de baño en baño, buscando la suficiente privacidad para desaguar, y por supuesto, tenía por baños preferidos los que tuvieran divisiones entre urinarios, y por eso muchas veces me tocaba subir al segundo piso o más arriba, ya que los del primer piso estaban algo dañados.
Otro problema es que aún cuando a veces hubieran divisiones, a veces tenían agujeros que servían para espiar al vecino, hechos sin duda por homosexuales mirones. Este era otro temor que yo tenía, que al intentar orinar me fuera a importunar algún homosexual indiscreto, ya que a veces sucede que hay homosexuales a los que les gusta ir a ver miembros a los baños públicos.
En cierta ocasión decidí mejor perder puntos extras de una tarea, porque sospechaba que las reuniones prolongadas en casa de un compañero me iban a poner en problemas.
Al final el campus de la universidad me sirvió de campo de entrenamiento, tal como lo cuento en mi post Cómo me curé de paruresis.
Ya estando bastante recuperado, algunas veces me tocó retener algo de orina a la hora de tener sexo. Que por cierto, el hecho de tener una relación sexual fue un gran logro para mí, después de haber pasado la edad en la que ya es normal haber tenido experiencia en este asunto. Una situación graciosa se dio en cierta ocasión en que una mujer me estaba practicando sexo oral, y me oriné en su boca.